El relato dice así:
"Me estallan las manos.
No puedo más, es frustrante, yo casi diría que desesperante. Esta fisura es demasiado ancha y profunda. No puedo asegurarla y, si lo hago, me quedo sin material. Imposible salir en artificial. Avanzar en libre hasta la siguiente reunión supondría una exposición desmesurada y, aunque me resista, la opción del artificial directamente ya está descartada. ¡Mierda!
Y pensar que solo hemos utilizado dos clavijas para llegar hasta aquí. Unos largos que, entre el artificial y escalar en libre, apenas entrañaron dificultad y ahora…
¿Ahora qué?
Observo cómo un buitre traza círculos ascendentes en este cielo rutilante, cómo va ganando altura mientras planea y se va fundiendo con la inmensidad de la atmósfera entre corrientes térmicas.
Necesito respirar, que la sangre fluya por cada ángulo de mi cuerpo, recuperar el latido, la respiración y calmar este torbellino de pensamientos.
Necesito sentir mis manos, planimetría de un deseo que busca una salida. Ese mapa que me niego a mirar cada vez que salgo, porque en la montaña me gusta descubrir, aunque el terreno ya esté pisado. Solo busco pistas, señales que seguir, no quiero senderos marcados ni hechos, quiero rutas que se hagan observando y escuchando.
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Solo tengo que cerrar los ojos.
Y al cerrarlos noto cómo se apacigua mi pulso y la sangre fluye por todos los recovecos de mi esqueleto, y se remansa en los meandros de mis manos, llenas de viejas cicatrices, de heridas labradas por el mármol, moldeadas por la roca, callosas y curtidas de aventuras. Piel áspera, que alberga sueños de escaladas y montañas. Y es curioso, porque la piel no deja de ser esa última capa que cubre un submundo de células sin vida. Nuestra parte más expuesta, la más visible, aquella que deseamos tocar, cuidar, proteger y no deja de estar ya muerta. El papel de regalo de un bonito cadáver.
Mientras, un vendaval me agita con estrépito furor, quiere moverse conmigo y tal vez por eso me invita a bailar una danza macabra de equilibrios y ululares violentos.
¿Por qué el viento ruge furioso y despierta ecos solemnes en este laberíntico santuario de riscos? Entretanto, las nubes están suspendidas sobre el horizonte, parecen antiguos dioses contemplando este perverso espectáculo.
Respiro profundamente, necesito llenarme de naturaleza, de la abundancia que me rodea. Necesito formar parte de este algo invisible que me envuelve y, a la vez, quiero fundirme en el paisaje y deshacerme en partículas para configurarme como parte de este todo".
Fotografía: Dani Castillo/ ClownClimbing
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