"Y ahora qué" es el título del relato ganador del Concurso Desnivel de Relatos Cortos de Montaña, Viajes y Naturaleza, obra de Silvia García, vecina de Hoyo de Manzanares. Su texto competía con 40 textos presentados y ha sido galardonado "porque es diferente, es ágil, intenso y tiene una personalidad muy definida porque habla desde un lugar muy concreto en el que deseas quedarte a leer".
El relato dice así:
"Me estallan las manos.
No puedo más, es frustrante, yo casi diría que desesperante. Esta fisura es demasiado ancha y profunda. No puedo asegurarla y, si lo hago, me quedo sin material. Imposible salir en artificial. Avanzar en libre hasta la siguiente reunión supondría una exposición desmesurada y, aunque me resista, la opción del artificial directamente ya está descartada. ¡Mierda!
Y pensar que solo hemos utilizado dos clavijas para llegar hasta aquí. Unos largos que, entre el artificial y escalar en libre, apenas entrañaron dificultad y ahora…
¿Ahora qué?
Observo cómo un buitre traza círculos ascendentes en este cielo rutilante, cómo va ganando altura mientras planea y se va fundiendo con la inmensidad de la atmósfera entre corrientes térmicas.
Necesito respirar, que la sangre fluya por cada ángulo de mi cuerpo, recuperar el latido, la respiración y calmar este torbellino de pensamientos.
Necesito sentir mis manos, planimetría de un deseo que busca una salida. Ese mapa que me niego a mirar cada vez que salgo, porque en la montaña me gusta descubrir, aunque el terreno ya esté pisado. Solo busco pistas, señales que seguir, no quiero senderos marcados ni hechos, quiero rutas que se hagan observando y escuchando.
Porque mis manos hablan de mí, son un espejo de mi rostro curtido por los vientos de la sierra. Un relieve de arrugas, una cordillera de vida. La depresión que forman mis ojos no desprende la claridad de un glaciar, por el contrario, son dos oscuras cavidades que, en ocasiones, transforman mi mirada en una extensión desierta que me separa de la realidad. En esos momentos, podría cerrar los ojos y moverme por los relieves de la roca sin equivocarme, o recorrer senderos entre raíces, jaras y romero.
Solo tengo que cerrar los ojos.
Y al cerrarlos noto cómo se apacigua mi pulso y la sangre fluye por todos los recovecos de mi esqueleto, y se remansa en los meandros de mis manos, llenas de viejas cicatrices, de heridas labradas por el mármol, moldeadas por la roca, callosas y curtidas de aventuras. Piel áspera, que alberga sueños de escaladas y montañas. Y es curioso, porque la piel no deja de ser esa última capa que cubre un submundo de células sin vida. Nuestra parte más expuesta, la más visible, aquella que deseamos tocar, cuidar, proteger y no deja de estar ya muerta. El papel de regalo de un bonito cadáver.
Mientras, un vendaval me agita con estrépito furor, quiere moverse conmigo y tal vez por eso me invita a bailar una danza macabra de equilibrios y ululares violentos.
¿Por qué el viento ruge furioso y despierta ecos solemnes en este laberíntico santuario de riscos? Entretanto, las nubes están suspendidas sobre el horizonte, parecen antiguos dioses contemplando este perverso espectáculo.
Respiro profundamente, necesito llenarme de naturaleza, de la abundancia que me rodea. Necesito formar parte de este algo invisible que me envuelve y, a la vez, quiero fundirme en el paisaje y deshacerme en partículas para configurarme como parte de este todo".
Fotografía: Dani Castillo/ ClownClimbing
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