El relato de Zoe es el siguiente:
El nido
Una pareja de cuervos lo construyó hace ya un tiempo.
Uno como muchos otros.
Después de criar se fueron. Ahora solo son cuatro palos que, valientemente, han aguantado tormentas y ventiscas. Ha acumulado hongos por culpa de la humedad y ya no es lo que era antes. Aún imagino a polluelos chillando y alargando sus huesudos cuellos en busca de algo que llevarse a la boca. Los rayos de sol se filtran entre las ramas y el nido, como iluminado por un foco, parece querer llamar la atención de otra familia y volver a ser útil. Pero ya lo han olvidado. Es el ciclo de la vida aunque no puedo evitar pensar que me haría muy feliz ver a una familia de petirrojos acurrucados unos contra otros.
No vivo muy lejos de él. En una casita azul cielo que está un poco desteñida. Está medio camuflada entre unos pinos muy altos que llenan el jardín de pinocha. Colgado en una de sus ramas hay un viejo columpio que fabricó mi padre hace cuatro veranos.
Ahora, casi no lo uso. Tan solo lo miro desde el calor de mi habitación. Miro como se mece con la suave brisa otoñal. Me puedo pasar horas observándolo.
Bajo casi todas las tardes a visitar el nido.
Me gusta.
Por alguna razón, siento que está solo. Hace unos día hice dos pajaritos de papel. Los coloqué dentro. Acurrucados el uno contra el otro. Ahora hacen compañía al viejo nido.
El camino hasta el nido es agradable.
Primero, ando por un camino arenoso muy estrecho. Camino un buen tramo observando todos los tipos de vegetación que hay a su alrededor. Cuando acaba, hay una astillada valla de madera. La salto sin problemas. Cuando bajo, casi siempre está embarrado, lo que hace que mi par de botas de cuero siempre esté llenas de tierra.
Camino entre las sombras de los árboles disfrutando del dulce aroma de las jaras.
Entrecerrando los ojos y disfrutando del sol.
En un pequeño árbol retorcido al que le llegan unos cuantos rayos de sol, se encuentra el nido.
Ayer volví a ir. La noche anterior había llovido y los pájaros se han convertido en una mezcla revuelta de papel húmedo.
Quizá fue ingenuo por mi parte pensar que aquellos dos trozos de papel podrían cambiar el curso de la naturaleza.
Tapo el nido con unas cuantas hojas secas a modo de manta y me alejo pensando en ese ciclo de la vida y en la soledad que a veces deja.
Aun así, sonrío.
Zoe Goicoechea de la Calle
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